Como
todo récord mundial, se necesita esfuerzo y dedicación, ya qua al
liderato no se accede por casualidad. Se han tenido que dedicar ímprobos
esfuerzos para que los precios da la electricidad en nuestro país sean
los mas caros del mundo industrializado. La clase política, lejos del
papel que le corresponde, y con independencia de la formación a la que
pertenezca el Gobierno de la nación, ha arrimado al hombro junto a las
“familias” dominantes en el sector eléctrico para conseguir la proeza de
figurar en el informe de la consultora National Utility Service (NUS)
qua señala a España como el país más caro por sus costes de energía
eléctrica. No solo se ha conseguido este récord Guinness, sino
que la liberación del mercado eléctrico se ve como una parodia nacional
al más puro estilo del cine de Berlanga. Los precios se han
resistido a bajar a pasar da la liberalización del sector y las
sucesivas medidas adoptadas por el Gobierno trapicheando con las
tarifas. En casi todos los países que recoge el informe NUS, el precio
de la electricidad desminuyó, destacando los descensos tarifarios en
Suecia con un 20,37%, Dinamarca con un 15,57% o Italia con un 12,05%. Por
al contrario, la tarifa eléctrica española no ha variado a la baja,
todo lo contrario desde 2008 se ha incrementado en más del 50%.
La codicia de las compañías eléctricas no tiene fin, no satisfechas en su lloriqueo perpetuo persisten que el próximo 30 de marzo se le de una vuelta de tuerca más a la tarifa y ponen toda la carne en el asador con el fin de esgrimir su fuerza intimidatoria. Estos angelitos se atreven a pronunciar: Es que esto no se arregla sin una subida del 30% o del 40% para no generar un agujero mayor, así también lindezas como esta: Al final, el negocio internacional es el que salva nuestra cuenta de resultados.Cuando
no deja de ser una mentira detrás de otra, las inversiones
internacionales, sobre todo en Sudamérica, han sido financiadas con el
expolio de la tarifa nacional. Así y todo el lobby de las eléctricas
asegura que se trata de un mal negocio y que los balances contables
están construidos en el aire: El beneficio no corresponde a flujos de caja reales, son contables, y que el esplendoroso déficit tarifario supone cinco veces su beneficio.
¿Si los beneficios son virtuales y no llegan a entrar en caja por qué
continúan? ¿No sería oportuno que encaminaran sus pasos por una
renacionalización? De esto ni hablar, de lo que se trata es de chupar de la mamella de la vaca hasta el infinito y lloriquear sin descanso: La
realidad es que los beneficios cubren el esfuerzo financiero de la
inversión, pero no retribuyen de una manera rentable los costes del
capital invertido. ¿Cómo puede ser competitivo este país con una
oligarquía que no está dispuesta a ceder en lo más mínimo? ¿Toda la
carga tiene que avocarse en las espaldas del españolito? Esto no puede
acabar bien, lo ve hasta los que miran al otro lado.
Ha
sido da tal magnitud el latrocinio cometido con los ciudadanos del país
a través del arma legislativa de incrementar la tarifa eléctrica que,
ahora, cuando se desarrollan los efectos de la economía globalizada
pueden apreciarse los estragos cometidos en toda su amplitud. El coste de un KW/h en España respecto a la media de los países más industrializados es impresionante, más de un 40%. Un dato sin confirmar, un ciudadano londinense paga un tercio de lo que paga un español por el recibo de la luz a pesar de las diferencias salariales. Se
ha llegado a inflar el globo de las tarifas, al repercutir una y otra
vez costes por distintos e imaginarios conceptos con variopintos
nombres, acompañados de leyes que los legitimaban como saneamiento,
moratoria, parón nuclear, y un sin fin de dimes y diretes que tratan de
ocultar la quiebra técnica de las compañías eléctricas al invertir en
centrales nucleares. Si se quiere llegar al fondo de la cuestión es
necesario explicar lo ocurrido con un cierto detalle, de lo contrario,
en genérico es tan superficial que el potente sistema mediático arrasa
con todo y la mentira se consolida. Para ello volvamos algo atrás.
En
1983 el gobierno socialista decidió poner fin a la aventura de
construir centrales nucleares en nuestro país. Hasta entonces ya estaban
en funcionamiento la de Zorita, que se había conectado a la red en
1968, la de Santa María de Gadoña, en 1971, la central de Almaraz I, y
Alrnaraz II, en 1981 y 1983 y también la de Ascó I, en el mismo año. En
construcción estaban la central de Cofrentes, que se conecto a la red en
1984, Ascó II, que se conectó en 1985, y ya por último las centrales de
Vandellós II y Trillo, que entraron en funcionamiento en 1987 y 1988. La
decisión política de suspender el programa de instalación de centrales
nucleares, a la que se llamó “paron nuclear”, no levanto ninguna crítica
por las empresas concesionarias de las instalaciones, las
tradicionales compañías eléctricas. Cualquier otro sector, después de
haber invertido miles de millones de pesetas y de estar endeudados hasta
las pestañas en divisas, hubiera puesto el grito en cielo por la
decisión de unos chicos con chaqueta de pana que habían desembarcado en
el Gobierno. Pues no, a las poderosas familias que copaban los
consejos de administración de las eléctricas les pareció de maravilla
que el gobierno tomara la decisión del paron nuclear. La razón
para que este previsible enfado de los mandamases de la electricidad se
transformó en silencio espeso, resultó que la decisión les venia como
anillo al dedo.
El
maná que iba a representar la energía nuclear para las cuentas de
explotación y los balances de las compañías que participaban en el
proyecto de nuclearizar España en pos de la modernidad y la energía
barata, había sido tan sólo un eslogan de las compañías americanas que
vendían las instalaciones. Pero cuando las instalaciones estuvieron en
marcha, se pudieron percatar de los altos costes por la derivación de su
financiación en divisas, la seguridad, y el almacenamiento de los
residuos. Fue entonces cuando se dieron de bruces con la realidad, no
eran la panacea de una inversión acertada. Fueron los consejos de
administración de las compañías eléctricas las que tomaron la decisión
de producir energía por la vía de la explotación nuclear. Nadie les
impulsó, ni forzó a tomar esta decisión, ni tan siquiera fue debatida en
ninguna instancia, fue simple y llanamente una decisión empresarial.
A mediados de los 70, la fiebre nuclear despertó en los consejos de
administración de las eléctricas, coincidiendo con la transición
política, por lo que se obviaron las consultas populares que podían
entorpecer un negocio de altos vuelos. En definitiva, quienes se equivocaron de lleno fueron los que tomaron la decisión de invertir en un negocio equivocado.
La
transición política española, que tanto se alardea, consistió en que el
régimen anterior se murió sólo y, en su agonía, se constituyeron unos
partidos políticos que, sin una peseta para estructurarse como tales,
tuvieron que recurrir a los mecenas tradicionales, las “familias” que
controlaban la banca y las eléctricas. Esto fue la transición política
española, “tu a lo tuyo y yo a lo mío”. Por derivación, tu de dedicas a
montar el circo político e institucional y, a nosotros nos dejas los
sillones de los consejos de administración. Al igual que la democracia
en el Reino Unido mantuvo los aristócratas con titulo nobiliario en la
Cámara de los Lores, en España, la transición mantuvo a las “familias” en los consejos de administración de la banca y las eléctricas. En
su momento ninguno de los consejos de administración asumió nunca el
error de gestión que supuso la decisión de invertir miles de millones de
pesetas en un programa de instalaciones nucleares que acabaron por
destrozar las cuentas de resultados de estas compañías. Ni la menor
autocrítica, ni desesperación alguna, ya que su puesto en el consejo de
administración no estaba vinculado a una aportación dineraria traducida
en acciones propias, sino a la malsana costumbre, bendecida
políticamente, de la legitimación hereditaria de la “familia” cuya
participación en el capital de la compañía era minima.
Lo
más grave del desaguisado nuclear, no es el no haber escuchado ninguna
autocrítica por los componentes de los consejos de administración. Lo
mas grave es que nadie les ha exigido ninguna responsabilidad por la
impericia en la gestión empresarial que ha acabado costando miles de
millones de euros. La clase política, sea de la formación que sea, con
la careta socialista o con el populismo de la derecha, ha venido
configurando leyes y mas leyes para que se acomoden a cubrir por la vía
parlamentaria el tremendo agujero provocado por una decisión empresarial
que les llevó a la quiebra técnica. El descalabro financiero se
convierte en una razón de Estado. Estas “razones” lo permiten y
legitiman todo. Para empezar se construye la casa por el tejado, por lo que a la contabilidad se le da la vuelta como a un calcetín.
Primero se asignaba el beneficio que debían recibir los accionistas, ni
mucho ni poco, lo suficiente para que no protestaran. A partir de este
estadio, se iban asignando partidas que no contemplaban los tremebundos
gastos financieros, la devaluación de la moneda al tener que pagar en
divisas, las amortizaciones necesarias y todo lo que concernía a los
ingredientes del balance contable, que en nada reflejaba la realidad
patrimonial de las eléctricas.
Cuando
se llego al extremo de que la ingeniería financiera ya no daba más de
si, pues el balance contable ya no se lo creía ni tan siquiera el
conserje del ministerio, transcendió la alarma a los inversores
extranjeros. Estos inversores extranjeros, la banca principalmente,
empezaron a preocuparse por la inversión realizada al acreditarse la
falta de posibilidades en la reintegración de los préstamos. Entonces el
Gobierno tuvo que tomar cartas en el asunto, no fuera que el país se
quedara sin suministro de energía eléctrica por la quiebra en cadena de
los suministradores. Llegaron entonces las soluciones mágicas. La
clase política estaba mas preocupada en quien les iba a financiar la
próxima campaña electoral que en exigir responsabilidades a los miembros
de los consejos de administración de las eléctricas. Así, para
que ni tan siquiera se tuviera que debatir parlamentariamente, dado que
el consenso se suponía, llegó a las páginas del BOE el Real Decreto
441/1986, de 28 de febrero, donde la solución mágica viene por la vía fácil de incrementar la tarifa eléctrica. Su
título no lleva a engaño, modificación de las tarifas para la venta de
energía eléctrica, y sin perderse en prolegómenos, en su artículo 2º
establece que un 3% de la recaudación había de ingresarse en una cuenta
intervenida —controlada por el Ministerio de Industria- en Unión
Eléctrica S.A. (UNESA), una sociedad anónima inscrita en el registro
mercantil, que, como peculiaridad, tiene que es la patronal del sector.
Pero
todavía es más peculiar, por inconcebible, el artículo 30 de este
inefable Real Decreto donde se especifica la naturaleza del reparto de
la cuantiosa cifra que representa una recaudación del 3% sobre la tarifa
eléctrica. Está dirigido a aquellas empresas integrantes de la patronal
del sector que cumplan las siguientes condiciones: saneamiento con
cargo a reservas de los ajustes, salvedades y excepciones destacados
en las auditorias correspondientes al ejercicio de 1984, consecuencia
de sobre valoraciones de gastos financieros y de personal, menores
amortizaciones, diferencias de valoración de préstamos en moneda
extranjera y otros conceptos ajustables. En definitiva, la clase
política no encuentra otra manera mejor que la de premiar con una
subvención, por la vía del incremento de tarifas, a todas aquellas
empresas que ostenten una contabilidad incorrecta. Para que todo sea al
revés, empezando por la asignación contable del beneficio al accionista,
la solución también va por esta línea. En lugar de castigar, en la
medida que le corresponde a cada consejo de administración de las
eléctricas, el gobierno las premia por haber llevado a estas sociedades a
la quiebra técnica. Al borrón y cuenta nueva se le llamó
“saneamiento”, pero como coincidió con el paron nuclear, se extendió a
una solución complementaria con un nuevo nombre la “moratoria”.
Para
legalizar la milonga, como no había cobertura legal se creó un “marco
legal y estable” por medio del Real Decreto, el 1538/1987, de 11 de
diciembre, que se desarrolló en las Ordenes del Ministerio de Industria y
Energía de 3 de diciembre de 1993 y 15 de diciembre de 1995. Entre
pitos y flautas, a los consumidores de energía de este país, la falta de
acierto de los mandamases de las eléctricas les viene costando un
significado incremento en la tarifa que entre el porcentaje destinado a
“stock básico de uranio”, y el que comprende la eliminación de la
“basura” nuclear, que para hacerlo mas bonito y despistar al personal se
le llama “2º ciclo nuclear”, el porcentaje se eleva entre el 6% y el
7%. Toda una verdadera fortuna que cada año hace sonar el ring ring de
las cajas registradoras de las principales eléctricas. La forma más
efectiva de que errores propios los paguen otros. Puestos ya en el todo
vale, la clase política no tuvo inconveniente en resolver el
problema de las eléctricas por la vía tarifaria en lugar de aplicarlo a
los Presupuestos Generales del Estado –de este delicado asunto
hablaré en el próximo post-. Al mundo de la luz se le otorgó patente de
oscuridad, y así la transparencia de las cuentas acabó en un
conglomerado normativo, en el que resulta imposible enterarse de lo que
se determina, al apoyarse en un lenguaje encriptado que ni los expertos
entienden. Lo que se pretendía ha tomado cuerpo, la Intervención
General de la Administración del Estado nunca ha podido fiscalizar el
debido uso de estos fondos, por lo que tampoco ha podido intervenir el
Tribunal de Cuentas, quedando todos contentos. Los políticos
podrán tener garantizada la financiación de sus partidos y demás
prebendas, y los eléctricos al estar enchufados al maná de la tarifa.
Para
finalizar este post tan sólo poner en evidencia que estos oligarcas
cuando les ha convenido, se le ha dicho al ciudadano de a pie que el suministro de energía eléctrica es un servicio público. Bajo
este postulado se han construido pantanos, desalojando de sus casas a
sus ocupantes, pagándoles cuatro duros por sus tierras, y resignados
todos por el bien común, nos hemos dejado nuclearizar el país en pos de
la energía barata. Las consecuencias del llamado servicio público son
irreversibles, el sistema ya se las ha cobrado, humildes campesinos han
aportado su contribución a la producción eléctrica con sus menguados
patrimonios. Al resto de los de a pie se nos ha impuesto el riesgo de un
percance nuclear que ahí esta. –Reservo una sorpresa a los seguidores
del blog en el post número 4 de esta serie- Cuando así están las cosas
llega la modernidad, la privatización, la liberalización del mercado y
la plasmación normativa del acuerdo entre el Gobierno y el sector
eléctrico en formato de protocolo, donde se dispone que el suministro de energía eléctrica deja de ser un servicio público “por su progresiva pérdida de transcendencia en la practica” así, literal, que:
todo lo exprimido ya esta exprimido. La definición de servicio público
detestado por las propias eléctricas, era soportado por su efectividad
en tiempos remotos del Decreto de 12 de abril de 1924, reiterado en e1
Reglamento de Verificaciones Eléctricas de 1954 y, sobretodo, con la
propia Ley 10/ 1966, de Expropiación forzosa y Sanciones en Materia de
Instalaciones Eléctricas, y, ya tímidamente definido, en la Ley 49/1984
del 26 de diciembre sobre Explotación Unificada del Sistema Eléctrico
Nacional. Los nuevos tiempos traen nuevos conceptos. Ahora se le bautiza como “servicio de interés económico general” que, traducido al idioma del ciudadano de a pie, quiere decir todo lo contrario, “que estamos al servicio del interés económico privado”. Prueba
de ello es quo nos achicharran con impuestos tarifarios y, si nos
descuidamos, nos facturaran a portes debidos el envío de los residuos
radioactivos para que los almacenemos debajo de la cama.
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