La pobreza es, en nuestra época, un
componente fundamental del sistema económico imperante, la base sobre la
cual se apoya la posibilidad de ganancia y acumulación. En este
sentido, los supuestos esfuerzos por los cuales se intenta reducirla o
incluso “erradicarla” son casi siempre, cuando surgen del propio
sistema, estrategias para disimularla y perpetuarla, cambiarla de lugar o
revestirla de otra forma aparente, pero sin nunca realmente tener el
propósito de acabar con ella.
En este marco puede encontrarse el
“altruismo” que se implementa lo mismo desde el llamado sector privado
que el gubernamental o el de organismos supranacionales, políticas
caracterizadas como de asistencialismo que pretenden suplir necesidades
por medio de la entrega de alguna dádiva.
Este tipo de beneficencia ha sido
criticada sobre todo por varios efectos. Primero, la relación de
dependencia que se crea entre la población desprotegida y la entidad que
otorga la “ayuda”: en esta, no existe realmente una voluntad de
transformar la realidad de las personas, sino un poco de mantenerlas en
el estado en que se encuentran. Por otro lado, también destaca el hecho
de que dicha asistencia casi siempre también es el negocio de alguien
más: la pobreza como una suerte de fábrica de donde se obtiene algún
provecho económico. En pocas palabras, y en el sentido de lo que
decíamos anteriormente, siempre hay alguien a quien le conviene que la
pobreza exista.
Recientemente los gobiernos alineados en
el llamado G8 —los países con las economías más sólidas del mundo—
signaron un programa denominado “Nueva Alianza por la Seguridad
Alimentaria y la Nutrición”, enfocado en países africanos donde la
pobreza alimentaria es letal y al parecer irreversible.
Sin embargo, como se anuncia desde el
mismo nombre, lo que se busca es la “seguridad alimentaria”, un concepto
que, grosso modo, busca únicamente que las personas tenga qué comer sin
importar de qué tipo de alimentos se trate (en contraste, otras
políticas públicas abogan por la autonomía alimentaria: que se
favorezcan las condiciones para que una persona o comunidad sea capaz de
generar sus propios alimentos, cuidar su calidad y estar consciente de
lo que consume).
En el caso de la Nueva Alianza por la
Seguridad Alimentaria y la Nutrición, la “seguridad alimentaria” estará
dada por empresas de alimentos genéticamente modificados, Monsanto en
particular, pero también otras como Diageo, Dupont, Pepsico, Syngenta
International e incluso Walmart. Como se ve, una baraja más bien
homogénea cuya característica común es la avidez y la codicia a cambio
del empobrecimiento de las personas y la destrucción del entorno.
Uno de los adalides de esta campaña, al
menos en lo público, es Bono, el conocido vocalista de la banda U2 que
desde hace varios años ha destacado mediáticamente como figura insigne
de campañas filantrópicas internacionales, arrastrando con su fama
pública la aprobación superficial de miles o millones de personas que
miran nada más que el nombre célebre y conocido e ignoran lo que ocurre
detrás de los discursos y las fotografías del momento.
Para cerrar compartimos una breve reflexión del Slavoj Žižek, de su libro Vivir en el fin de los tiempos:
Cuando
se nos muestran escenas de niños muriendo de hambre en África, con un
llamada para que hagamos algo para ayudarlos, el mensaje ideológico
subyacente es algo como, “¡No pienses, no politices, olvídate de las
verdaderas causas de la pobreza, solo actúa, dona dinero, así no tendrás
que pensar!”
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