Los
cazadores de las ballenas rorcuales comunes de Islandia enfrentan el
último año el creciente rechazo a su actividad. Pero pese a ello, los
balleneros zarparon otra vez a mediados de junio para su primera cacería
del verano boreal. El 14 de este mes ya habían capturado 80 ejemplares.
Lo que sucede con estas ballenas (Balaenoptera physalus) una vez que llegan a Islandia es en parte un misterio.
En
cuanto llegan con las ballenas rorcuales, también conocidas como
ballenas de aleta o aladas, las despiezan. ¿Pero se vende la carne,
dónde? ¿Cuánto dinero deja la actividad a la economía nacional? ¿Sus
costos superan las ganancias?
Toda la carne de ballena se manda a
Japón, pero Hvalur hf, la única compañía islandesa que caza las ballenas
rorcuales, ha encontrado gran resistencia para transportarlas al
principal mercado para este cetáceo, el japonés, y tuvo que solicitar un
barco para que lo haga directamente, lo que, sin duda, implica un costo
adicional.
IPS no pudo confirmar el destino final de la carne de rorcual que se despachó a Japón a principios de este año.
Dos
meses después de llegar a Japón, una fuente de ese país consultada por
IPS, que no quiso revelar su identidad, dijo: “Un colega me dijo que la
grasa de ballena todavía estaba en cámaras frigoríficas en la aduana de
Osaka”.
La embajada japonesa en Reikiavik reconoció que por lo menos
se vende algo de carne de rorcual en su país, pero las cifras reales no
están disponibles.
A principios de este año, un conjunto de
organizaciones ambientalistas y defensoras de los animales de América
del Norte, comenzaron a presionar a las compañías de la región para que
dejaran de comprar pescado a la empresa islandesa HB Grandi, por sus
vínculos con Hvalur hf.
Casi de inmediato, la compañía
canadiense-estadounidense High Liner Foods declaró que no compraría más
pescado a HB Grandi. Otras siguieron sus pasos, entre ellas la cadena
estadounidense de alimentos Whole Foods.
Los activistas también
llamaron al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a hacer uso de
la Ley Pelly, que le permite establecer un embargo sobre parte o toda la
producción pesquera de países cuyas acciones socaven un tratado de
conservación. En este caso, se trata del Convenio Internacional para la
Regulación de la Caza de Ballenas.
Obama decidió aplicar la ley, pero
hasta ahora mediante una acción diplomática y no económica. Washington
no invitó a Islandia a la conferencia internacional “Nuestro Océano”,
organizada por Estados Unidos en junio.
Además del conocido Acuerdo
Pelly, también existe la enmienda Packwood-Magnuson a la Ley de Gestión y
Conservación Pesquera Magnuson-Stevens, que habilita al presidente a
impedir que una flota extranjera pesque en aguas jurisdiccionales de
Estados Unidos si considera que el país involucrado isminuyó la
efectividad de un programa de conservación internacional.
En 1984,
Islandia y Estados Unidos suscribieron un acuerdo por medio del cual el
primero obtendría permisos de pesca en aguas estadounidenses si accedía a
detener la caza de ballenas.
Por varias complicaciones y pese a que
Islandia dejó de cazar ballenas a gran escala en 1986, no pudo comenzar a
pescar en aguas estadounidenses hasta 1989 y solo fueron unas pocas
toneladas.
En la pasada primavera boreal, la parlamentaria de la
centroderechista Alianza Socialdemócrata, Sigridur Ingibjorg Ingadottir,
y otros siete legisladores de la oposición presentaron una resolución
que ordena investigar las repercusiones económicas y comerciales de la
caza de cetáceos para Islandia.
No hubo tiempo para discutir la
iniciativa en la sesión parlamentaria que terminó en mayo, pero
Ingadottir revisa y actualiza la propuesta para enviarla a la que
comienza a fines de septiembre.
“Hay dos cuestiones principales en la
propuesta. Una tiene que ver con los intereses comerciales y económicos
del país, y la segunda, con la imagen de Islandia a escala
internacional”, explicó a IPS.
Según un informe publicado en 2010,
entre “1973 y 1985, cuando Hvalur hf cazaba ballenas a gran escala, el
procesamiento de ballenas solía representar 0,07 por ciento de producto
interno bruto. Pero no se conoce el aporte propiamente dicho de la
actividad a la economía”. Estos números no incluyen a la ballena
hocicuda.
Ingadottir, economista de profesión, consideró que la cifra era muy baja.
“En
esa época, la caza de ballena era toda una industria y se practicaba de
forma sistemática. Desde entonces aparecieron diversas grandes empresas
industriales y comerciales, por lo que es probable que la cifra sea
menor”, observó.
Gunnar Haraldsson, director del Instituto de
Estudios Económicos de la Universidad de Islandia y uno de los autores
del informe, dijo a IPS: “El problema es que no hay cifras oficiales de
las ganancias que deja el avistamiento de ballenas y otros varios
parámetros, por lo que es necesario recolectar esos datos específicos.
Por lo tanto, debemos realizar un nuevo estudio si queremos saber
realmente cuáles son las ganancias (y los costos)”.
La organización
Whale Watching floreció en los últimos años y por lo menos 13 compañías
organizan avistamientos de cetáceos. Entre 2012 y 2013, hubo 45.000
nuevos interesados en la actividad, y llegaron a ser unas 200.000
personas al año.
Tres parlamentarios pidieron una investigación sobre
la caza de ballenas en el otoño boreal de 2012. Después se creó una
comisión para controlar a la organización y sus argumentos para la caza
de ballenas, pero quedó en nada.
“La comisión nunca se disolvió, pero
tampoco se reunió desde que asumió el nuevo gobierno (en mayo de
2013)”, indicó a IPS la funcionaria Asta Einarsdottir, del Ministerio de
Industria e Innovación.
Einarsdottir dijo que la comisión era
bastante grande e incluía representantes de los sectores de conservación
y avistamiento, así como de la industria de caza de ballenas y de
varios ministerios.
En forma paralela, el conflicto ballenero terminó
perjudicando al cordero islandés. En los últimos años, este se exportó a
Estados Unidos y se vendía en la cadena de comercios de Whole Foods
bajo el nombre “Cordero islandés”.
Pero el año pasado, la compañía
decidió no comercializarlo como islandés porque las actividades
balleneras del país le habían dado mala reputación. Pero como no se
registró el aumento de ventas esperado, se tuvo que ejercer una fuerte
presión para convencerlos de que, de todas formas, siguieran vendiendo
la carne.
Ingadottir fue franca al preguntar: “¿Están dañando
nuestros intereses? ¿Están protegiendo a un pequeño grupo en vez del
interés nacional? ¿Qué protegemos en realidad con la caza de ballenas?”.
“Islandia deberá encontrar muy buenas razones para mantener la caza de ballenas”, sentenció.
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