03 junio 2016

Medicamentos: ¿los tomas en exceso?

Medicamentos
Una serie de estudios recientes reveló que la incorrecta medicación (y los errores por parte de los médicos) son la tercera causa de muerte en los EEUU, después de los ya conocidos problemas cardiovasculares y del cáncer.

¿Una mala costumbre?
En nuestro país todavía perdura la costumbre de que solo con que alguien diga que tiene determinada dolencia, de inmediato su familiar, amigo, vecino o alguien que pasa por ahí y oye la conversación, le explique que debe tomar tal o cual medicamento, porque a quien lo recomienda le ha dado excelentes resultados.

Y allá se va el dolido camino de la farmacia con el fin de adquirir la pastilla o el jarabe milagroso que cambiará su vida y le devolverá la salud como por arte de magia. Si la dolencia no se considera grave, la última alternativa suele ser consultar a un médico.

También se recurre al consejo del farmacéutico que en general es una persona preparada y con estudios que avalan su opinión, pero que en realidad está detrás del mostrador de su negocio con un objetivo muy claro que es vender, ya sea una u otra opción.



Y eso con mucha suerte, ya que con la crisis muchas farmacias han tenido que reducir personal o contratar gente que no siempre tiene idoneidad y que puede poner mucho empeño en ayudar, pero sus conocimientos resultan insuficientes y acaban por repetir lo que dicen las empresas farmacéuticas (en folletos, slogans y etiquetas), que también están para vender

¿Y qué decir de internet? Lo primero es que no porque algo se diga en una web o en un blog o en un foro es cierto, así que a partir de esa premisa, ya podemos olvidarnos de creer a pie juntillas ciertas experiencias de curaciones milagrosas, en especial las que al pie del artículo tienen un enlace que conecta con un vendedor de panaceas.

Los antibióticos: un buen ejemplo
Hasta hace unos años los antibióticos se vendían en nuestro país sin receta y mucha gente se los tragaba como caramelos. El problema era que cada vez que una persona tras dos estornudos seguidos consideraba que tenía una infección comenzaba a tomarlos, la mayoría de las veces sin ninguna necesidad.
Tras varios estudios se halló que este descontrol había logrado que determinados antibióticos fueran ineficaces (los más genéricos que normalmente eran los más consumidos) por que tanto los organismos a los que debían defender, como las bacterias a las que tenían que atacar estaban tan “acostumbrados” a ellos que ya no surtían efecto.

En determinadas provincias españolas hubo que dejar de vender ciertas fórmulas porque las bacterias más comunes habían creado una resistencia tan importante a dicho antibiótico, que tomarlos solo conseguía que se manifestaran sus efectos secundarios, como mucho, pero de curar, nada.

Los peligros del consumo desmedido
Los cierto es que si leemos los prospectos de cada medicamento que tomamos (recetado o no) el sentido común nos dice que la mayoría de las veces esa “pócima” puede hacernos más mal que bien, pues casi no existe ninguna medicina sin efectos secundarios, todos ellos de corte negativo para nuestra salud.

Pero también hay algo llamado interacción, que es la reacción que algunos medicamentos pueden tener con otros y que no siempre vienen explicados en el prospecto; de hecho hay tantos fármacos, que prever la interacción entre ellos sería una tarea prácticamente imposible, por lo que si existe una indicación es acerca de las reacciones más conocidas, previsibles y/o peligrosas.

Tomar medicamentos durante tiempos prolongados genera hábito (algunos compuestos son más proclives que otros a provocarlos y generalmente se advierte de ello en los prospectos) y lo que es peor, el hábito lleva a consumir dosis cada vez más elevadas para producir los efectos deseados.

Una reflexión final
La idea de este artículo no es negar con rotundidad la eficiencia de los medicamentos, sino llamar la atención acerca de que no se puede seguir con la rutina de la automedicación, ni es sano consumir puñados de pastillas porque sí, para prevenir o para curar dolencias que nuestro propio sistema inmunitario podría combatir (si se lo permitiéramos).

Cada vez que recurrimos a una medicina debe haber un estudio previo y una prescripción médica que avale dicho consejo. Por ejemplo, no se deben recetar antibióticos (en general) sin un antibiograma previo que especifique a qué tipo de compuesto químico es sensible la bacteria que nos aqueja.

Si tenemos una afección de origen vírico (causada por un virus), lo normal es que nuestro propio cuerpo la combata y que los medicamentos ayuden a paliar los efectos colaterales de la enfermedad, pero no a acabar con el virus y un clásico ejemplo de ello son los antigripales que la gente suele tomar como si fueran la panacea universal y que en general se compran sin receta.

De la misma forma que nos debemos informar debidamente de qué es lo que comemos y bebemos o de los tóxicos con los que podemos estar en contacto a diario, también es fundamental que comencemos a aprender a vivir con menos medicamentos, que no solo no siempre son eficaces, sino que pueden ser perjudiciales si se los toma sin el control médico apropiado, por tiempos prolongados, en exceso y/o combinados y lo que es peor, pueden entrar en conflicto con nuestro propio sistema de defensa.

Fuente; ecoticias.com

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