Se les quita
la vida con la máxima brutalidad, poniendo muchas de las especies de
elefantes al borde del peligro de extinción o superándolo en muchos
casos, para satisfacer unas absurdas necesidades humanas
Hemos banalizado tanto este mundo que ciertas acciones del
hombre que ponen en peligro a otras especies animales ya no nos parecen
condenables ni las calificamos como salvajadas. La mayoría se han
acostumbrado a ver como algo normal, o digamos que hacen la vista gorda
sin protestar, que se comercie con el marfil que se extrae de los
colmillos de los elefantes o rinocerontes a través de masacres de estos
animales.
Se les quita la vida con la máxima brutalidad, poniendo muchas de las especies de elefantes al borde del peligro de extinción o superándolo en muchos casos, para satisfacer unas absurdas necesidades humanas, para los que vinculan el polvo que se obtiene de los colmillos con la potencia sexual, u otras que no tienen base científica pero que intentan, justamente a través de la medicina, justificar el crimen para abastecer los mercados ilegales donde se compra el marfil y sus derivados.
Estos días en Bangkok, durante la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies en Peligro, Fauna Salvaje y Flora (CITES), muchos grupos conservacionistas han instado a las autoridades a prohibir el tráfico de marfil. Han ido más lejos, reuniendo más de un millón de firmas, exigiendo soluciones a este grave problema.
Pero, aún con las demandas y las exigencias, son conscientes de la realidad que pasa, como en otros muchos casos, por una lucha de intereses generados entre los que viven del tráfico ilegal de los colmillos, los que venden o compran y aquellos que lo saben pero lo permiten.
No podemos saber todavía si las presiones de los conservacionistas, y del millón de personas que hemos firmado en su campaña de recogida presentada en Tailandia, tendrán sus efectos y podrá divisarse algún cambio para acabar con las masacres de elefantes y otros animales. Pero se divisa una luz en este oscuro túnel y que se traduce en la presencia de Achim Steiner, el Director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Debemos tener confianza en él porqué Steiner fue el Director General de la UICN, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, de la cual formo parte como presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània. Este hecho, por lo menos para mí, debe ser tenido en cuenta.
Si Steiner mantiene sus ideales, tantas veces defendidos en la UICN, y los consigue aplicar en las Naciones Unidas, se abre un camino de debate inexistente ahora, una vía de diálogo con los gobiernos de los países donde se trafica con el marfil y la futura lucha, que no será fácil ni corta en el tiempo, para poner fin a los intereses creados alrededor de la compra-venta de marfil.
A las injusticias de nuestro planeta hay que ponerle cotas. Al salvajismo hay que cortarle las alas, a las masacres hay que ponerle nombres, responsables y penas de cárcel. Y a los gobiernos que permiten todo esto hay que ponerlos contra las cuerdas. Matando indiscriminadamente a los animales que más tarde o más pronto acabaremos extinguiendo estamos finiquitando también nuestra propia especie, la humana.
Porque, como dijo Gandhi en su momento, un país o un civilización se puede juzgar por la forma en que se trata a sus animales.
Ángel Juárez Almendros
Presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra.
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