La aparición en Europa de la encefalopatía espongiforme bovina –la conocida como enfermedad de las vacas locas– obligó a la Comunidad Europea a tomar en el año 2000 una serie de disposiciones legales para evitar el contagio. Una de ellas fue prohibir el abandono de cadáveres de rumiantes que morían en las explotaciones, que hasta el momento suponían un importante recurso alimentario para los lobos.
Desde ese momento, y conforme la legislación se ha ido incorporando a cada país europeo, la medida ha empezado a afectar a varias especies carroñeras, sobre todo a los buitres de la península ibérica. Pero no son los únicos; el lobo ibérico (Canis lupus signatus) también forma parte de los perjudicados.
Un equipo de investigadores ha analizado la evolución de la dieta de los cánidos de Galicia en dos periodos: antes del establecimiento de la ley europea (desde los años 70 hasta 2000) y después (de 2003 a 2008). A la aplicación de la normativa se unieron otros cambios que afectaron a los lobos, como la disminución del censo ganadero, el despoblamiento del medio rural y la reforestación de tierras agrarias que ha favorecido la expansión de los ungulados salvajes.
El estudio, que se ha publicado en Environmental Management, muestra dos tipos de dieta muy diferenciados en ambos periodos. Mientras que en los años 70 los lobos se alimentaban principalmente de carroña, a partir del año 2004, coincidiendo con la implementación de la ley sobre la eliminación de cadáveres de cerdos y aves, su dieta ha cambiado drásticamente en toda Galicia. El lobo gallego depende ahora en gran medida de las poblaciones de corzo y poni salvaje.
“En la actualidad se ha observado un desplome en el consumo de carroña en la dieta del lobo, especialmente en las áreas de estudio situadas en el oeste de Galicia con una reducción de entre 57% y 67% según la estación y un descenso marcado en el consumo de ganado únicamente en el este de Galicia (reducción de entre 66% y 93% según la estación)”, dice a Sinc Laura Lagos, investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela y coautora del trabajo.
A lo largo del periodo de 2003 a 2008, el consumo de ungulados salvajes (corzo y jabalí) y de poni salvaje (caballo garrano) ha aumentado. “La expansión del corzo y la existencia en Galicia de una numerosa población de ponis salvajes ha suavizado el impacto de la desaparición de la carroña de ganado, lo que ha permitido un cambio en la dieta del lobo y ha fortalecido su nicho de depredador”, asegura Felipe Bárcena, otro de los autores y científico en la misma universidad.
Aunque el corzo parece ser la presa favorita del lobo en toda la región, el consumo de animales salvajes ha sido dispar en las diferentes zonas de la comunidad autónoma. En el oeste de Galicia, donde antes no existían, la carne de corzo y jabalí se ha convertido en un alimento importante.
A esto se añade el consumo de ponis salvajes que “desde los años 70 ha aumentado un 96% si comparamos la época de año de abril a noviembre y se ha multiplicado por cinco si consideramos la de diciembre a marzo”, añade Lagos, quien subraya que en esta zona occidental de Galicia los ponis salvajes han adoptado un papel de presa principal similar al de los corzos en las montañas del este.
Mejorar la convivencia con el cánido
Pero mientras en toda Galicia el ganado ovino y caprino ha disminuido su importancia en la dieta del lobo, los investigadores destacan que ha aumentado el consumo de ganado vacuno –a pesar de que su censo se haya reducido en un 37%–. “Se ha producido un aumento en los daños a la ganadería vacuna, posiblemente asociado a nuevas formas de manejo que implican una mayor vulnerabilidad del ganado a los ataques de lobo”, certifica Bárcena.
Los científicos coinciden en afirmar que esta situación agrava los problemas de coexistencia entre los lobos y el ser humano, y afecta negativamente a la conservación de este carnívoro. Por ello, proponen la existencia de una gestión del medio que garantice el aumento de las poblaciones de corzo y poni salvaje.
“También serían necesarias acciones de restauración del hábitat para proporcionar a los lobos una comunidad de presas silvestres diversa y abundante, fundamental para conseguir que la población de cánidos supere las alteraciones naturales o artificiales de su hábitat, y para reducir los conflictos con la ganadería”, concretan los autores.
Según Bárcena y Lagos, a estas medidas se podría unir una complementaria: que los cadáveres de los animales no sean retirados. “Una normativa con cierta flexibilidad, que permita a los ganaderos que poseen explotaciones extensivas en zonas remotas dejar en el campo los cadáveres de los rumiantes que mueren, parece una solución más razonable que la creación de muladares. Pero esta medida debería ser primero evaluada correctamente”, concluyen.
Fuente: Ecoticias.com
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