Monsanto y sus amigos en la industria biotecnológica, sus cabilderos y
sus representantes pagados en los medios continúan impulsando el control
monopólico de los alimentos en el mundo mediante su oferta de semillas.
Este imperio se construye sobre fundamentos falsos: que Monsanto es
creadora/inventora de vida y, por tanto, puede ser propietaria de las
semillas por medio de patentes y que la vida se puede producir con
ingeniería y máquinas, como un iPhone.
Por la ecología y la nueva biología sabemos que la vida es una
complejidad organizada por sí misma: se construye sola, no es posible
manufacturarla.
Esto se aplica también a la producción de alimentos
mediante la nueva ciencia de la agroecología, la cual nos brinda un
conocimiento científico más profundo de los procesos ecológicos a nivel
del suelo, las semillas
vivas y la comida viva. Las promesas de la industria biotecnológica
–mayores rendimientos, reducción del uso de químicos y control de
malezas y plagas– no se han cumplido. El mes pasado un fondo de
inversión demandó a DuPont por mil millones de dólares por promover
cultivos resistentes a herbicidas a sabiendas de que no lograrían
controlar las malezas y en cambio sí contribuirían al surgimiento de supermalezas.
Al crear la propiedad de semillas
mediante patentes y derechos de propiedad intelectual, e imponerla en
el planeta por medio de la Organización Mundial de Comercio, la
industria biotecnológica ha establecido un imperio monopólico sobre las
semillas y los alimentos.
Además de reclamar la propiedad de las semillas que vende y cobrar
regalías, en materia de controles y equilibrios sobre seguridad, la
industria biotecnológica destruye sistemáticamente leyes nacionales e
internacionales relativas a la bioseguridad, afirmando que sus productos
son como la naturaleza los creó.
¡Es esquizofrenia ontológica!
La bioseguridad es la evaluación multidisciplinaria del impacto de la
ingeniería genética sobre el ambiente, la salud pública y las
condiciones socioeconómicas. En el ámbito internacional, la bioseguridad
es derecho internacional consagrado en el Protocolo de Cartagena sobre
Bioseguridad. Yo fui designada por un grupo de expertos para elaborar el
marco del programa ambiental de Naciones Unidas, con el fin de poner en
vigor el artículo 19.3 de la Convención de Naciones Unidas sobre
Diversidad Biológica (CDB).
Monsanto
y sus amigos han intentado negar a los ciudadanos el derecho a la
alimentación saludable oponiéndose al artículo 19.3 desde la Cumbre de
la Tierra en Río, en 1992. En estos días intentan desmantelar las leyes
nacionales sobre bioseguridad en India, Pakistán, Unión Europea y toda
África y América Latina. En Estados Unidos distorsionan la Constitución
al entablar demandas contra gobiernos estatales que han promulgado leyes
para etiquetar los alimentos
genéticamente modificados alegando que el derecho de los ciudadanos a
saber lo que consumen es inferior al derecho de la industria
biotecnológica a imponer alimentos peligrosos a consumidores
desinformados, el cual manejan como libertad de expresión de una
empresa, como si fuera persona física. Despliegan su maquinaria de
propaganda para atacar con argumentos no científicos a los
investigadores que trabajan en bioseguridad, como Árpád Pusztai, Ignacio
Chapela, Irina Ermakova, Éric Séralini.
Muchos periodistas carentes de preparación científica se han alineado
como soldados en este asalto propagandístico. Hombres blancos
privilegiados, como Mark Lynas, Jon Entine y Michael Specter, sin
experiencia práctica en agricultura, armados sólo con grados de
bachillerato y vinculados con medios controlados por los consorcios, son
utilizados para socavar los verdaderos hallazgos científicos acerca del
impacto de los OGM
en nuestra salud y ecosistemas. La industria biotecnológica usa sus
títeres propagandistas para sostener la falacia de que los OGM son la
solución al hambre en el mundo. Esta negativa a un auténtico debate
científico acerca de cómo los sistemas vivos evolucionan y se adaptan es
respaldada por un asalto intensivo y masivo de propaganda, que incluye
el uso de agencias de inteligencia como Blackwater.
En 2010, Forbes me nombró una de las siete mujeres más poderosas del
planeta por poner a las mujeres al frente y en el centro de la solución
del asunto de la seguridad alimentaria en el mundo en desarrollo. En
2014 el periodista Jon Entine escribió un artículo de opinión, en el
cual sostenía que yo no he estudiado física. Además de haber estudiado
un posgrado en física y realizado mi doctorado sobre los fundamentos de
la teoría cuántica, he pasado 40 años estudiando ecología en granjas y
bosques de India, donde la naturaleza y los sabios campesinos fueron mis
maestros. Esa es la base de mi experiencia en agroecología y seguridad
alimentaria.
La buena ciencia y las tecnologías probadas no necesitan propaganda,
agencias de inteligencia ni gobiernos corruptos para demostrar hechos.
Si los ataques infundados de un no científico a una científica de un
país en desarrollo son uno de sus instrumentos para dar forma al futuro,
han errado por completo. No se dan cuenta de la creciente indignación
ciudadana contra el monopolio de Monsanto.
En naciones soberanas, donde el poder de Monsanto
y sus amigos es limitado, el pueblo y los gobiernos rechazan su
monopolio y tecnología fracasada. Pero la maquinaria de propaganda
suprime esta noticia.
Rusia ha prohibido por completo los OGM;
el primer ministro, Dmitry Medvedev, advirtió: Si los estadunidenses
gustan de los productos OGM, que se los coman. Nosotros no los
necesitamos; tenemos espacio y oportunidades suficientes para producir comida orgánica.
China ha prohibido los OGM en suministros alimenticios militares.
Italia acaba de promulgar una ley, Campo libre, que castiga con prisión
de uno a tres años y multa de 10 mil a 30 mil euros la siembra de
cultivos OGM.
La ministra italiana de agricultura, Nunzia De Girolamo,
señaló en un comunicado: Nuestra agricultura se basa en la
biodiversidad, en la calidad, y debemos continuar aspirando a ellas sin
aventuras que, aun desde el punto de vista económico, no nos harían
competitivos.
Las piezas de propaganda en Forbes y The New Yorker no pueden detener el
despertar de millones de agricultores y consumidores a los verdaderos
peligros de los organismos genéticamente modificados en nuestra comida, y
las desventajas y fallas del sistema de alimentos industriales que destruye el planeta y nuestra salud.
Fuente: Ecoportal.net
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