Las variedades modificadas genéticamente aumentan los costos de las semillas agrícolas hasta en un 40 % por cada acre cultivado. La soja y el maíz transgénicos que constituyen el 83 % de este tipo de plantaciones GM en todo el mundo, les generan a los agricultores menos ingresos en promedio que los cultivos no modificados genéticamente.
Las empresas que venden transgénicos prohíben que tras la cosecha los horticultores guarden un número de semillas para replantar; contrariamente a la práctica tradicional los agricultores tienen que comprar nuevas semillas cada año.
Para poder emplear las variedades transgénicas los agricultores no solo deben comprar cada año las semillas, sino que tiene que pagar adicionalmente a las empresas de biotecnología la llamada “tasa de tecnología”.
El empleo de semillas transgénicas incrementa el uso de herbicidas “especiales” que además tienen costos mayores que los “normales”, sobre todo en los lugares en los que han surgido nuevos problemas de malas hierbas (muchas plantas se han hecho resistentes a los herbicidas y son un problema generalizado y global).
Contrariamente a la afirmación de que sólo se necesitaría una aplicación anual, los agricultores están teniendo que fumigar con estos herbicidas específicos en varias ocasiones para conseguir los resultados deseados.
Hay varios informes del Departamento de Agricultura de los EEUU, un aliado clave de la industria de la biotecnología, en los que han tenido que admitir que los beneficios económicos de los cultivos transgénicos eran variables y que los agricultores que cultivan maíz Bt en realidad están perdiendo dinero.
Los rendimientos son más bajos
La Universidad de Nebraska registró los rendimientos de maíz Roundup Ready de Monsanto y comprobó que eran entre un 6 y un 11 por ciento menores que los de las variedades no modificadas genéticamente.
Un estudio de más de 8.000 pruebas de campo realizadas en EEUU encontró que las semillas de soja Roundup Ready (también de la firma Monsanto) produjeron entre el 6,7 y el 10 por ciento menos de granos que las variedades convencionales.
Los ensayos de Instituto Nacional de Botánica Agrícola del Reino Unido mostraron que los rendimientos de semillas oleaginosas y remolacha azucarera del tipo “trans” estaban entre un 5 y un 8 por ciento por debajo del rendimiento de las variedades tradicionales.
Crecen los controles a las empresas
La adopción de cultivos transgénicos colocaría a los agricultores y prácticamente a toda la cadena de producción de alimentos, bajo el control de un puñado de corporaciones multinacionales como Monsanto, Syngenta, Bayer y DuPont. Para los agricultores esto se explica por las siguientes circunstancias.
Deben firmar acuerdos cada temporada con las empresas de biotecnología, que les obligan a comprar nuevas semillas al precio que les impongan y que son legalmente vinculantes (a lo que se le suma el “impuesto a la tecnología, que encarece aún más la producción final).
Si se emplean semillas “trans” no queda otra opción más que comprarles herbicidas a las mismas corporaciones (a un costo considerablemente superior a los de un equivalente genérico) para proteger a los cultivos tolerantes a otros herbicidas.
Se promueve el desarrollo de una tecnología denominada “traidora” en la que si a los cultivos se les aplican determinados productos químicos (que solo venden quienes los generan) se les pueden “controlar” algunas características tales como el tiempo de floración o lograr que resulten inmunes o presenten una gran resistencia a ciertas enfermedades.
La invención de la tecnología “terminator” es la que hace que las semillas producidas resulten infértiles. Esa es la forma de asegurarse que los agricultores deben volver a comprar semillas cada temporada.
Las empresas de biotecnología han estado adquiriendo las más diversas compañías de semillas. Esto crea monopolios y limita las opciones de los agricultores aún más. DuPont y Monsanto son ahora las dos compañías de semillas más grandes del mundo.
Como resultado de su control de la industria de las semillas, los agricultores están reportando que la disponibilidad de buenas variedades de semillas no modificadas genéticamente está desapareciendo rápidamente
Una prisión sin fin de condena
Los agricultores estadounidenses están obligadas por sus contratos a permitir que los inspectores de las empresa de biotecnología entren en sus explotaciones agropecuarias y realicen los controles que deseen.
Al igual que pasa con todos los cultivos, de una temporada para otra pueden quedar semillas sobrantes de plantas modificadas genéticamente en campos que en esos momentos se destinen para otros usos y que puede germinar, produciendo algo que se denomina “voluntarios”.
Si dichos inspectores encuentran algún ejemplar de estas plantas, pueden reclamar, y de hecho ya lo han hecho varias veces, que los agricultores están cultivando sus variedades sin licencia y por tanto están infringiendo los derechos de patente. Esto implica fuertes multas para los “infractores”.
Una reflexión final
Más allá de si los productos transgénicos son perjudiciales o no para la salud, un tema que es polémico y vigente, es innegable que detrás de una simple semilla GM hay un gran negocio montado con la anuencia y el beneplácito de los gobiernos, que da pingües ganancias a unos pocos a costa del trabajo y el sacrificio de muchos y que una vez que se ingresa en ese círculo vicioso, es casi imposible salir de él.
Fuente: Ecoticias.com
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