Las
leyes de patentes que rigen el uso de cultivos y semillas modificados
genéticamente (OGM) es una locura. Por un lado, los derechos sobre las
semillas transgénicas no parecen terminar nunca. Por el contrario, el
resto de productos se rigen por la “doctrina del agotamiento”, lo que
significa que los derechos del titular de la patente de un producto
determinado se acaba cuando el producto se vende al usuario final. Pero
en el caso de las semillas transgénicas, de empresas como Monsanto,
puede imponer su derecho de patente incluso en las semillas de la
tercera o cuarta generación. Es una situación irracional de los llamados
derechos de autor.
Se
trata de un doble castigo para los agricultores, particularmente en los
Estados Unidos. Los agricultores que no desean cultivar plantas
transgénicas, optan por comprar semillas convencionales o eligen la
agricultura ecológica, pues bien, son penalizados si sus cultivos se
contaminan con los cultivos transgénicos. En lugar de sancionar al que
contamina con este tipos de cultivos, Monsanto ha desarrollado un
irracional sistema de patentes de modo que quien sufre las consecuencias
además se hace responsable y paga.