Nadie
duda que vacunas contra la viruela, la difteria o la poliomielitis han
aumentado nuestra esperanza de vida en 30 años. Tampoco que las arcas de
las farmacéuticas se han beneficiado de ello en igual o mayor
proporción. Quizá porque han experimentado el enorme potencial de este
negocio, hoy muchas empresas del sector se afanan en recomendar
tratamientos más rentables que eficaces. Por eso, vacunas como la que
combate el Virus del Papiloma Humano e incluso la de la gripe
estacionaria cada vez se cuestionan con más fuerza. A veces, es peor el
remedio que la enfermedad.
La
industria farmacéutica es un sector estratégico a nivel mundial con un
gran volumen de ganancias, lo que le permite gozar de extraordinarias
cuotas de poder. Sin embargo, no está claro que ese poder se use de
acuerdo con el bienestar, la salud y la vida de la población mundial. Entre
los años 2000 y 2003, casi la totalidad de las grandes compañías
farmacéuticas pasaron por los tribunales de Estados Unidos acusadas de
prácticas fraudulentas. Ocho de ellas fueron condenadas a pagar más
de 2,2 billones de dólares de multa. En cuatro de estos casos las
compañías implicadas –TAP Pharmaceuticals, Abbott, AstraZeneca y Bayer-
reconocieron su responsabilidad por actuaciones criminales que habían
puesto en peligro la salud y la vida de miles de personas.